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La perforación del techo

24 mayo de 2019

Por Julio Burdman  Observatorio Electoral Consultores

La fórmula Fernández ? Fernández es el fruto de la decisión de una persona: Cristina. Así lo han expuesto los propios protagonistas. A la hora de especular sobre las posibles motivaciones del proceso decisorio, hay una que se destaca en lo inmediato: el corrimiento al centro de Cristina morigera -en parte, al menos- algunas de las tensiones y los temores que la hipótesis de su retorno generaba en factores de poder que podían enfrentarla. En ese conjunto están el FMI, los tenedores de bonos, el Grupo Clarín, la clase media argentina y unos cuantos gobernadores justicialistas. Los enemigos del kirchnerismo pueden sentarse a conversar con Alberto Fernández, el referente del nestorismo moderado.

En la personalidad política del elegido hay algunas propiedades que lo hacen, también, distinto pero aceptable. Aceptable para ella. Alberto Fernández no es el único emergente de la experiencia política y gubernamental del nestorismo que se apartó en un marco de disidencia. Martín Lousteau, Sergio Massa, Felipe Solá, Roberto Lavagna, Julio Cobos, Graciela Ocaña, Miguel Angel Pichetto y tantos más hoy son quienes son gracias al rol que jugaron en aquellos años dominados por Néstor y Cristina Kirchner.

Pero el nuevo precandidato presidencial nunca llegó a tanto. Expresó sus críticas al segundo Gobierno de Cristina tan explícita y detalladamente como los anteriores. Con el agregado de que fue quien más cerca estuvo del matrimonio y, por ende, el que más supo de sus falencias. La mesa chica tripartita del primer kirchnerismo fueron Néstor, Cristina y Alberto. Ni las manos derechas llegadas desde Santa Cruz, como Julio de Vido o Carlos Zanini, formaron parte como él de ese entretejido inicial.

Alberto Fernández operaba en y desde Buenos Aires. Había sido legislador porteño, funcionario bonaerense con Eduardo Duhalde y jefe de la campaña presidencial de 2003. Y un reclutador de recursos humanos para la formación del primer Gobierno kirchnerista.

Tal vez por esa pertenencia, o por otras razones a revelar, el poskirchnerismo de Alberto Fernández quedó como en un limbo. Los otros se reubicaron mejor. Cobos y Ocaña recordaron sus identidades previas y terminaron en Cambiemos. Massa y Lavagna formaron sus propios espacios y fueron candidatos presidenciales. Solá y su amigo Lousteau ensayaron diferentes tipos de alianzas, que incluyeron -sin mucha convicción- al propio Macri.

Pero Alberto Fernández nunca dejó de ser el de su propia biografía. Se propuso integrar el Frente Renovador de Sergio Massa y fue como un elemento extraño y resistido. Esos intentos fallidos de reconversión terminaron siendo un activo para él. En ningún momento negó de dónde venía ni se arrepintió. Si hubiera cruzado demasiado la vereda, tal vez la fórmula F-F no sería hoy posible.

La política no es el plano árido del trueque y la planilla de Excel que nos quieren vender. Es una relación social atravesada por personalidades, egos y lastimaduras. La lealtad cimenta la confianza, pero también es un sentimiento muy potente. En todos estos años de cadalso y judicialización, Cristina nunca dejó de ser una figura central de la política argentina. Y seguramente sintió que estaba siendo sometida a algo injusto. Los ex funcionarios kirchneristas que la vapulearon en público y sin otra necesidad que la de demostrtarle a alguien que ya nada tenían que ver con aquél pasado quemaron demasiados puentes. Por supuesto que estamos en una era de la reconciliación, las sonrisas y los abrazos, pero podría haber un límite en eso. Los que conocieron a Néstor Kirchner dicen que él sellaba las amistades después de una buena pelea. En algún momento su archinémesis santacruceño fue el ex gobernador Arturo Puricelli. Enemigos mortales. Y un buen día volvió, en forma de fichas (como funcionario del Gobierno en Seguridad y Defensa, para ser más precisos). No sabemos aún si Cristina es capaz de esos recomenzares. Sería, sin duda, una virtud en los tiempos que corren. Se necesitan armadores de coaliciones.

El experimento arrancó bien entre los gobernadores del peronismo. La mayoría saludó la fórmula F-F y los pocos que mantienen distancia son los que ahora menos la necesitan: los que ya reeligieron (Juan Schiaretti y los provinciales patagónicos) y los que no tienen reelección (Juan M. Urtubey, por ejemplo, quien además mantiene sus pretensiones presidenciales, probablemente apostando a una instalación a futuro). Todo el sindicalismo (gordo y flaco) se entusiasmó con la fórmula, mucho más de lo que estaba con la presunta candidatura de Cristina. Jefes políticos provinciales y sindicalistas forman parte de otro círculo, seguramente no rojo, que además de estar politizado tiene una muy buena capacidad de anticipar las tendencias de la política. La tercera vía se ha estrechado y el lugar de Massa queda por definirse. La fórmula F-F puede tener hoy los mismos votos que una F sola, pero cuenta con las condiciones para crecer. La unidad opositora avanzó mientras que el “proyecto Lavagna” ahora piensa en cómo recoger los votos no peronistas desencantados con la economía de Cambiemos.

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