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'Juego de Tronos': una fantasía neoliberal para precarios yonkis
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Joseba Gabilondo

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'Juego de Tronos': una fantasía neoliberal para precarios yonkis

¡Atención, spoiler! Este artículo analiza el desarrollo de la serie, episodios concretos y el final de la misma

Foto: Bran, en el Trono de Hierro en 'Juego de tronos'. (HBO)
Bran, en el Trono de Hierro en 'Juego de tronos'. (HBO)

Estamos en un momento en el que quienes no han visto la serie televisiva 'Juego de Tronos' (2012-2019) empiezan a poner comentarios en la red sobre la angustia y el aislamiento social que sienten, "¿Seré yo el único o la única que no haya visto la serie?" y en el que, por otra parte, los adictos y seguidores incondicionales de la serie han colgado quejas dolidas y furibundas en Facebook, Twitter, etc., sobre el penúltimo episodio, debido a la chocante y precipitada decisión de la reina Daenerys de pasar a la violencia indiscriminada contra miles de inocentes al punto que ya se han recogido 900.000 firmas para la petición de que se rehaga la octava y última temporada de la serie de manera más coherente y satisfactoria. Queda por saber cuál será la reacción al episodio final, que, si mis cálculos son correctos, va a ser una decepción total o, en el mejor de los casos, un consuelo con una alta dosis de autoengaño: los espectadores no querrán creer que ocho años de seguimiento terminan como han terminado, de un modo tan anodino y sentimental.

Pero la locura y la decepción es tal que la pregunta más fascinante la hemos aparcado para algún momento futuro en el que, de repente, nos achaque la resaca o el mono juegotronero: ¿por qué nos interesan tanto estas fantasías que hasta hace pocas décadas estaban reservadas exclusivamente a adolescentes (mayoritariamente masculinos) que en el doloroso paso a la vida adulta sentían la necesidad de acudir a superhéroes fantasiosos con altos niveles de testosterona y de acción?

placeholder 'Ganar o morir', de Pablo iglesias
'Ganar o morir', de Pablo iglesias

No hace muchas décadas que el público biempensante desdeñaba la televisión como "opio visual del pueblo", parafraseando el dicho marxista, y prefería hablar de neorrealismo italiano, de la nueva ola francesa o de películas violentas pero políticas como 'La batalla de Argel' de Pontecorvo. Cuando Pablo Iglesias le regaló los DVD de 'Juego de Trono's al rey, nos deberíamos haber escandalizado del gusto ordinario y simplista del dirigente de Podemos, pero pasa pasó justo todo lo contrario: hoy día el que no puede ofrecer un análisis inteligente sobre dicha serie o se desdice de verla, pasa a ser marginado de la clase de congonscendi o literati que marca la pauta cultural del día, desde el nivel más global de las publicaciones inglesas a niveles más modestos y locales como la cuadrilla de amigos o la familia. El regalo de Iglesias es de lo más chic y sofisticado (tal vez alguien recordará que este político además editó un libro sobre la serie titulado 'Ganar o morir: lecciones políticas en Juego de tronos' por eso de que la política española se podía analizar con las claves y códigos de la serie televisiva).

Es más, la televisión, de raigambre tan proletaria y populista, en su versión americana y de pago (HBO), ha conseguido sobreponerse al cine con series como 'The Wire', 'Los Sopranos' o 'Juegos de Trono's. La televisión es el nuevo cine. Aunque el cine mayoritario de las grandes pantallas tampoco se ha quedado a la zaga con películas como 'Black Panther' o 'Avengers: Endgame', por citar las dos últimas más exitosas. Es más, se podría argumentar que es el cine el que inició esta tendencia, con películas de ciencia ficción como 'Las Guerra de las Galaxias' (1977), que yo mismo vi como adolescente típico, y me impresionó de manera radical. Por lo cual la primera pregunta es qué tiene esta cultura visual testosterónica de acción y, sobre todo, de violencia, que nos define como adolescentes perpetuos o generaliza y convierte la adolescencia en la nueva edad universal que ahora pasa a definirse por nuestra falta permanente de madurez y, como resultado de la cual, incluso ser adulto se convierte en antigualla similar a una película de Godard.

Qué tiene esta cultura visual testosterónica de acción y, sobre todo, de violencia, que nos define como adolescentes perpetuos

La pregunta se complica más si explicitamos otra característica central de todas estas series y películas, característica que se ha naturalizado al punto de que ya casi no la percibimos conscientemente: todas estas películas y series de televisión representan unos héroes y heroínas de corte claramente aristocrático, cuya diferencia social se marca biológicamente con superpoderes o habilidades superhumanas que solo una elite muy selecta posee, al punto que una de las protagonistas de Juego de Tronos entra en una hoguera de fuego para salir sin una quemadura y en posesión de tres dragones bebés que automáticamente la identifican como su madre. La sangre azul de esta nueva aristocracia ha sido actualizada a sangre mutante, vampírica, biónica, extraterrestre, atómica, radiactiva o simplemente portadora de magia; hay muchas variedades de azul, pero todas representan la exclusividad aristocrática biológica y, en última instancia, racial del 1%.

Y digo racial y biológica porque hay que recordar que la nobleza se definía como grupo superior precisamente por su sangre (mucho antes de que el racismo se convirtiera en diferencia de piel y rasgos exteriores). Es decir, estamos fascinados con "el 1% de la aristocracia visual y digital" de nuestro mundo de espectáculos. Parece que en la actualidad la cultura visual mayoritaria ha abandonado completamente a los pobres, a la clase trabajadora, a los héroes cuyo único valor es la determinación, el convencimiento y el coraje, o incluso a los protagonistas angustiados de la adolescencia tipo James Dean. Curiosamente estos personajes y grupos relegados son los mayoritarios, en los que nos encontramos casi todos y todas, y que, además, nos auguran como futuro una precarización universal que nos convertirá en el 99% de la humanidad, es decir, en lo contrario de lo que nos gusta ver y seguir con ardor de fan: el espectáculo del 1% tipo 'Juego de Tronos'.

En breve, la pregunta que se nos ha escapado, aplastada por la abrumadora presencia visual y digital de superhéroes violentos y biológicamente superiores de sangre azul es esta: ¿por qué somos adictos a fantasías neoliberales en tiempos de precariedad? Es decir, por qué disfrutamos de una aristocracia privilegiada que, dada su superioridad biológica, se convierte en una nueva elite de sangre azul, en una raza del 1% y que, por tanto, por derecho natural, se cree legitimada para actuar de forma violenta, por encima del bien y del mal, más allá de la ley, y que incluso cuando salva a la humanidad de ataques galácticos o de escala planetaria, deja detrás un reguero de violencia y destrucción de la que nunca tiene que hacerse responsable. Es decir, por qué disfrutamos visualmente del racismo violento y autoritario de la clase del 1% que, aunque tengamos que hacer alguna pirueta analítica para explicar, refleja de manera fidedigna la clase elitista del neoliberalismo global que nos gobierna (el 1% de billonarios) y cuya figura más central y reconocible nos hace ver que la realidad de esta clase es eminentemente arrogante, narcisista, antidemocrática, discriminatoria, misógina, y vulgar. Me refiero a Donald Trump.

Cómo llegamos a disfrutar de representaciones visuales de sangre azul cuyo correlato real es gente tan asquerosa como Trump

Es decir, cómo hemos llegado a disfrutar de las representaciones visuales de un 1% imaginario de sangre azul cuyo correlato real es gente tan asquerosa, física y moralmente, como Donald Trump. Esta es una maniobra que todavía se debe denominar "ideológica" y que nos debería de preocupar, sobre todo porque nos gusta, porque la disfrutamos, porque nos apasiona incondicionalmente y porque nos permite ubicarnos culturalmente en el mundo (todos hemos visto alguna interpretación de 'Juego de Tronos' hecha de forma casera por algún colega o amigo que explica el Procès catalán, los candidatos demócratas a la presidencia americana del 2020, la dinámica de la oficina o el lugar de trabajo o incluso la del entorno familiar de uno). Es más, una canción de Rosalía ya ha sido incluida en el sountrack de la serie juegotronera para que todo español y española disfrute personalmente de la conexión hispana insignificante pero global con la serie.

En este proceso de desnaturalizar lo que hemos aceptado como natural, disfrutable y apasionante, todavía tenemos que hacernos más preguntas que, lo prometo, nos encauzarán a una reflexión final tan simple como chocante. Me refiero a lo que se puede denominar "el fenómeno Hilary Clinton" o "Black Panther" de esta cultura digital aristocrática del 1%. Es decir, me refiero a la tendencia también calculada pero percibida de manera más o menos inconsciente de que, además, esta aristocracia se está diversificando de formas que aparentemente son multiculturales, incluyentes y progresistas (la nueva presencia central de mujeres, protagonistas negros…) en aras a retener nuestra atención. Seguro que tras dicha tendencia hay estudios de consumo sofisticados pero, en última instancia, este multiculturalismo tardío transciende el puro cálculo estadístico o de marketing.

Estas series y películas que parten del paradigma de "cultura adolescente masculina blanca testosterónica y violenta" se están convirtiendo cada vez en más inclusivas, progres y multiculturales. En los últimos años hemos visto el éxito arrasador de protagonistas femeninos como Wonder Woman o de Capitana Marvel. El expansionismo cultural y diferencial de estas series y películas, que abarca otros géneros y razas pero no otras clases, parece estar en contradicción, a primavera vista, con su tendencia aristocrática a representar exclusivamente a la elite digital y épica de los superhéroes de sangre azul del 1%. Nancy Fraser, al referirse a dicha tendencia multicultural de las elites reales de la globalización en la que vivimos, ha propuesto un concepto o denominación, en mi opinión, muy certera: el neoliberalismo progresista.

El neoliberalismo progresista es capaz de premiar, aceptar e incorporar a sus rangos a las elites de cada grupo minoritario

Estas series y películas también se basan en dicho neoliberalismo progresista para el que la cultura americana tiene una palabra certera y clara: 'tokenism'. Es decir, la elite neoliberal es capaz de premiar, aceptar e incorporar a sus rangos a las elites de cada grupo minoritario (la elite de mujeres, la elite de los LGBTQ, la elite de negros…) de tal manera que el efecto ideológico de inclusión –de que al incluir a las elites de cada minoría se incluye también al resto no elitista de dichas minorías– se refuerza y por tanto la exclusión de los grupos minoritarios se convierte en un proceso incluso más natural y aceptable si cabe, ya que son las mismas minorías las que ahora aceptan este nuevo tipo de exclusión pseudo-inclusiva (la presidencia neoliberal de Obama se podría incluir aquí).

No es otra tampoco la maniobra de 'Juego de Tronos' que, desde el principio, se ha ido centrando en personajes femeninos en apariencia marginales pero que, según la serie ha avanzado, se han convertido en el centro del poder. Desde Daenerys, la líder de la rebelión de los oprimidos de los reinos al este de Westeros (la isla donde los siete reinos centrales se sitúan y cuyo referente histórico real sería la Gran Bretaña de la Guerra de las Rosas del siglo xv), a Cersei, la reina que gobierna Desembarco del Rey –la sede real central de los siete reinos– hasta el último episodio, o a la nueva líder y futura reina del norte (Samsa, la hija de los Stark), parece que el poder se concentra en manos de mujeres.

Mujeres que son 'tokens' y no representan una mayor presencia de mujeres como grupo social en la serie, ya que la guerra, con excepciones "muy excepcionales", la siguen lidiando los hombres, el grupo mayoritario y abrumador de la serie. El hecho de que muchas mujeres celebren la nueva presencia central (pero tokenista) femenina solo añade al poder ideológico del neoliberalismo progresista de esos otros mundos visuales de magia y superhéroes. El hecho de que al final Daenerys, después de convertirse en reina de Desembarco del rey es asesinada ha sido la confirmación de que la lógica era 'tokenista' desde el principio. Pero volveremos a este caso más adelante.

Este neoliberalismo progresista de sangre azul sí ha existido durante un periodo anterior en la historia: la Edad Media

De todas formas, y para ya empezar a dar una respuesta a esta serie interminable de preguntas que por ahora no nos llevan a ninguna conclusión clara, digamos que este neoliberalismo progresista de carácter racialista (de sangre azul) sí ha existido durante un periodo anterior en la historia y que dicho periodo tiene un nombre común que incluso hemos usado alguna vez para referirnos al presente: la Edad Media. El Medievo era esa época donde una elite, diferenciada biológicamente, por su origen divino y sanguíneo, del resto de la plebe o pueblo, era igual de receptiva a la inclusión de mujeres y minorías étnicas, siempre y cuando estas defendieran el orden exclusivista y aristocrático de la elite gobernante que los aceptaba. Pero en la Edad Media, la mayoría de mujeres plebeyas, las mujeres del pueblo, estaban siempre más cerca de ser consideradas un enemigo radical del Estado y de ser condenadas como brujas, tal como Silvia Federici ha estudiado en su brillante libro 'Talibán y las brujas'.

Y para seguir con esta aproximación que ahora empieza a tener atisbos de medievalismo o neomedievalismo, volvamos a otra característica evidente –que todos percibimos– pero que ya está tan aceptada que nadie cuestiona de manera abierta. Llamémosle el "fenómeno Netflix" o, para volver a la nomenclatura que el imperio americano ha desarrollado para explicarse a sí mismo su propia cultura, también se denomina "fenómeno de binge watching": el atracón interminable de episodios o películas en sentadas de varias horas que lo único que nos hace es cuestionarnos qué demonios nos ha llevado a perder seis u ocho horas en un domingo perfecto de manera tan estúpida y alienante (incluso el fútbol se termina en 90 minutos mejor o peor contados). Pero para ver el aspecto político y cultural del fenómeno de binge watching es necesario desnaturalizarlo, ya que es algo que va en contra de todo lo que representa, por lo menos en apariencia, el capitalismo neoliberal y global en que vivimos.

Ya desde los años 80, desde que irrumpiera la MTV con aquel formato tan revolucionario que, de todos modos, ahora despachamos en el teléfono móvil sin mayor importancia, el video musical o videoclip, toda sociología o análisis de cultura visual ha tendido a subrayar nuestro inexorable destino a convertirnos en seres de corta atención, de TDA (trastorno por déficit de atención): seres visuales que pasamos del videoclip de Abascal a caballo al de los primeros pasos del bebé de la hija de la vecina en cuestión de segundos, pudiendo consumir o engullir segmentos cortos e incontables de cualquier material visual en lo que solo se preveía, en opinión de los expertos de la década de los 80, como un empacho visual insalubre que limitaría la memoria personal, la capacidad de empatía con lo visto, y, por tanto, nos avocaría a convertirnos en adictos del último videoclip que todo el mundo está compartiendo y que ha pasado a ser "viral". Solo falta recordar el clip viral de Albert Rivera espetando a Pedro Sánchez en el debate electoral "¿Ya acabó de mentir? Pues ahora me toca a mí [mentir]".

Cada vez somos más capaces de ver segmentos largos, capítulos interminablemente concatenados, de la misma serie

Pero sucede que ha sido todo lo contrario. Cada vez somos más capaces de ver segmentos largos, capítulos interminablemente concatenados, de la misma serie, que, en función del tiempo personal, de la falta de contactos sociales (o exceso) o de la tendencia al consumo doméstico cuasi-solitario (o en parejas), puede ocupar incluso un fin de semana completo, algo que en principio parece más el comportamiento de drogadictos tan literarios como los de 'La broma infinita' de David Foster Wallace o 'Las confesiones de un opiómano inglés' de Thomas de Quincey. En un principio parece que incluso este fenómeno iría en contra del necesario consumo variado y heterogéneo que el capitalismo global requiere de nosotros: cuatro horas de consumo visual en Netflix no genera más ganancias que una hora para esta empresa, pero sí nos retiene y nos imposibilita la salida a la calle a ir de compras, etc.

Claro, la adicción a Netflix funciona de manera similar a la del drogadicto que, una vez enganchado, vuelve inexorablemente a por otra dosis y, a poder ser, a por una mayor. Es decir, Netflix es consciente del efecto de adicción que crea, pero en el plano general de consumo capitalista, dicha adicción se convierte precisamente en un fenómeno muy anticapitalista que nos inmoviliza en el sillón para un consumo más indiscriminado y masivo: lo único que se puede comprar durante una sesión de 'binge watching' es pizza o cerveza, no coches, abrigos de visón o joyas.

Aunque este fenómeno no está estudiado lo suficiente todavía, una vez más, y para desnaturalizar y entenderlo, tenemos que volver, no al siglo XIX donde las novelas seriadas (folletines, novelas de entrega) también creaban una adicción que los moralistas de la época advertían que llevaba al reblandecimiento del cerebro y al romanticismo histérico, sino a una época anterior, ya que series de novelas enciclopédicas del tamaño de 'La comedia humana' de Balzac, si algo permitían era adentrarse en la historia reciente, post 1789, y fomentar una mayor compresión de la centralidad de una burguesía que cuanto más realistamente se representaba, mayor efecto literario conseguía en los lectores.

Lo único que se puede comprar durante una sesión de 'binge watching' es pizza o cerveza, no coches, abrigos de visón o joyas

Pero vayamos más atrás en la historia: es necesario volver a novelas y narrativas épicas más antiguas que volvieron loco al personaje literario moderno por excelencia, Don Quijote. Hay que volver a las novelas enciclopédicas de caballerías, tipo 'Tirant lo blanc', o a narrativas épicas, como 'Cantar de mío Cid', de lectura obligatoria en secundaria, que en principio nos impactan por lo aburridas que son, debido a su longitud y a su naturaleza épica que es tan difícil de desentrañar para nosotros (aunque luego con el estudio todo se hace fascinante). Hay que recordar que dichas épicas, como los ciclos del romancero popular, se cantaban en público y la gente escuchaba por horas cual espectadores de Netflix haciendo el 'binge watching', pero solo con banda sonora, sin imagen.

Es decir, empezamos a parecernos a esas audiencias medievales que no solo escuchaban, sino que además eran capaces de recordar largos pasajes que luego repetían en casa en momentos de disfrute que solo se pueden comparar a la cultura detallada, obsesiva de los geeks, y no tan geeks, que recuerdan y discuten hasta el mínimo detalle de una película o episodio (incluido ese geek que encontró el vaso de café de Starbucks encima de la mesa de Daenerys en el penúltimo episodio de la serie). El otro correlato sería una de las novelas medievales más populares del mediterráneo árabe que, en diferentes formatos y longitudes, pasó a Occidente y conocemos ahora como 'Las mil y una noches'. Este libro es puro Netflix medieval.

Es decir, hemos empezado a desarrollar una atención y memoria muy contraria a la de todas las teorías posmodernas de los 80 sobre el videoclip que solo podía durar un máximo de tres minutos debido a la corta atención de un espectador-consumidor que se suponía iba a ser cada vez más esquizofrénico y menos capacitado para el seguimiento ininterrumpido (incluso la famosa frase de Warhol sobre los quince minutos de fama nos parecía excesivamente generosa para nuestra atención de pocos segundos).

Las películas de superhéroes tienden a organizarse en forma de "universos" que nos permiten consumir dichas películas en serie

Estamos desarrollando una capacidad épica para consumir textos visuales interminables. Por eso las películas de superhéroes tienden a organizarse en forma de "universos" (Universo Marvel, etc.) para que se puedan establecer las conexiones que nos permiten consumir dichas películas en serie, cual historia épica interminable, tipo 'Cantar de mío Cid'. En Estados Unidos, en la víspera del estreno de 'Vengadores: Endgame', muchas salas de cine proyectaron todas las películas del universo Marvel de 'Vengadores' en una experiencia visual que se prolongó casi sesenta horas. Y hay gente que se las arregló para disfrutar o sobrevivir dicha experiencia épica (con alguna interrupción para ir al baño, suponemos).

Si el paralelo medieval es válido, entonces solo podemos concluir que nuestra nueva imaginación épica de larga duración, tipo 'Netflix binge watching', no apunta a una disposición más seria y contemplativa del mundo, aunque sea a través de superhéroes. Muy por el contrario, la historia medieval apunta a que asistimos a un empobrecimiento del archivo o memoria visual colectiva que ahora, queramos o no, se centra en unas pocas narrativas de monopolio global en manos de unas pocas empresas que son más violentas que los mismos personajes de 'Juego de Tronos' cuando es cuestión de defender y cobrar los derechos de copyright. Nunca un Estado como el español o una productora española, incluso en colaboración con otras europeas, va a poder gastarse tantos millones de euros en la producción de una serie que supere a 'Juego de Tronos' en número de personajes o riqueza cinematográfica y digital.

No es esta una conclusión nihilista. Tal como pasaba en la Edad Media, la proliferación de versiones personales de la misma narrativa épica inacabable, escuchada en la plaza y repetida más tarde en casa según los gustos y criterios del narrador o cantora, da lugar a un número infinito de variaciones críticas, satíricas, perversas, divergentes, anti-aristocráticas, etc. La proliferación heterogénea de videos de YouTube, por ejemplo, apunta a que hay culturas y comunidades bárbaras y marginales que se distancian de la civilización aristocrática global y monopolística de series como 'Juego de Tronos' y que crean mundos igual de interminables y heterogéneos que el resto de la audiencia global nunca verá (¿quién ha visto hip hop mongol?). Es la lógica cultural, política y visual la que ha cambiado de forma medieval, y que crea una política cultural diferente, pero con igual número de posibilidades y obstáculos.

La simplificación de los personajes y el incremento de violencia, muchas veces sexual, caracteriza a series y películas como 'Juego de Tronos'

Nuestro nuevo apetito medieval de larga duración, que se ha implantado contra todo pronóstico posmoderno sociologizante, es decir, nuestra netflixización o HBOficación juegotronera, explica, a su vez, otras características de estas series y películas que a primera vista también se nos hacen naturales o inexplicables hasta que las analizamos. Una sería la simplificación de los personajes y la otra el incremento de violencia gráfica, muchas veces sexual, que caracteriza a series y películas como Juego de Tronos. Por mucho que se repita que los personajes de 'Juego de Tronos' están bien delineados y presentan una complejidad e interioridad psicológica fascinante, el número de dichos personajes así como la constante violencia que los acosa los convierten al final en personajes unidimensionales que cuando, por fin, vemos en su evolución final, como es el caso de Daenerys, comprendemos que representan sujetos épicos o mitológicos planos, más que personajes modernos con personalidades complejas e individuales.

Daenerys ha sorprendido a muchos espectadores precisamente porque todavía se esperaba de ella un desarrollo complejo, que, como muchos críticos han señalado con superioridad casi arrogante o geek, no existe: el comportamiento supuestamente imprevisto e inhumano de Daenerys en el penúltimo episodio, donde asesina a toda la población civil de Desembarco del Rey, estaba ya presente en la primera temporada. Daenerys no es un personaje real, complejo, profundo, sino una variante con mucho detalle y elaboración de la representación mítica de la deidad o reina con poderes mágicos que no puede ser controlada por los hombres y, por tanto, es condenada como ser violento que raya la locura. Es Medusa, es Circe, es cualquier diosa que al final tiene que ser derrotada, controlada, neutralizada y destruida, debido a su incontrolable poder que, a ojos de los hombres, siempre apunta a la demencia.

Un personaje como Daenerys, tan central a la serie, está más cerca de los personajes femeninos destructivos de las películas de horror, que de cualquier fantasía de guerra o liberación. Y como ya había previsto en este artículo, cuya primera versión escribí antes del episodio final, Daenerys tenía que ser eliminada –permítanme este momento profesoral geek como prueba de lo argumentado más arriba–. Aquí empieza a verse el verdadero carácter antifeminista de este neoliberalismo progresista de la aristocracia global del 1%: hay que eliminar a las mujeres poderosas de posiciones de poder ya que están locas (o hay que marginarlas al frío norte o al desconocido horizonte marítimo que es el oeste de Poniente.

La temporada seis contaba con más muertes que las cinco anteriores combinadas, por un total aproximado de 1.100 muertes

Esto nos lleva a la última característica de esta nueva lógica cultural, épica y global-neoliberal, que el espacio de este artículo nos va a permitir analizar: la extrema violencia de estas series y películas. Dicha violencia, a su vez, nos va a ofrecer una respuesta satisfactoria, aunque no completa, a la pregunta que nos hicimos al principio sobre nuestro disfrute de estas narrativas neoliberales en tiempos de una precariedad a la que todos y todas estamos abocados, ya que nos vamos acercando progresivamente al punto de no retorno de convertirnos en campesinos medievales, en siervos o plebe o, en el mejor de los casos, en bárbaros marginales pero exteriores al imperio. Hay todo tipo de páginas web donde se cuentan las diez o veinte escenas más violentas de 'Juego de Tronos'.

El serio periódico estadounidense Washington Post tiene un contador de muertes para la serie: la temporada seis contaba con más muertes que las cinco anteriores combinadas, por un total aproximado de 1.100 muertes. En la temporada ocho esa cifra se ha quedado pequeña, si se cuenta a los ejércitos que luchan contra los Caminantes Blancos, y a las miles de tropas que mueren (los primeros soldados que caen son los dothraki y los inmaculados, marcados racialmente, y que por tanto siguen la ley de las películas de horror donde el primer personaje en morir es el negro). Una vez más aquí se ve el carácter excluyente de minorías del neoliberalismo progresista de 'Juego de Tronos'.

Probablemente la llamada Boda Roja es la escena más sanguinolenta, pero la serie ha demostrado una imaginación virulenta sin par en la que todo tipo de formas psicóticas de violencia tienen cabida, desde la tortura y castración de Theon Greyjoy a manos de Ramsay Bolton a la muerte de este último que es devorado por sus propios perros gigantes siguiendo las instrucciones de su repetidamente violada esposa Samsa. Hay otra escena donde la hija menor de los Stark, Arya, mata a los dos hijos de Walder Frey y se los sirve en un pastel de carne antes de cortarle el cuello por haber asesinado al hermano y madre de esta. Y evidentemente la quema de la mayoría de la población de la ciudad de Desembarco del Rey por el último dragón de Daenerys se ha convertido en la escena más devastadora y fría de la larga cuenta de asesinatos y muertes de toda la serie. A su vez, la violación constante de mujeres representa el otro lado de esta violencia que las continuas "guerras de todos contra todos" intentan justificar como inevitable.

La violación constante de mujeres es el otro lado de esta violencia que las continuas guerras intentan justificar como inevitable

Para hablar de nuestra agresividad social, de nuestra violencia mal contenida, Freud desarrolló el concepto de "pulsión de muerte" y la definió como el conjunto de impulsos violentos autodestructivos internos que debemos exteriorizar para sobrevivir. Es decir, la pulsión de muerte se expresa a través de la exteriorización de nuestra agresividad interna, de manera que incluso se podría argumentar que cierta violencia es "saludable" para el espíritu o el inconsciente. Pero para Freud, no toda violencia podía exteriorizarse, ya que sería el final de la civilización (de ahí que, para este autor, necesitemos del superyo y de la culpa que genera para reprimir la exteriorización total de nuestros impulsos violentos).

A diferencia de Freud, el mensaje de esta serie que ha dominado la televisión global en los últimos ocho años va en contra de cualquier intento civilizatorio: cualquier violencia, y especialmente la violencia que subleve el poco instinto moral que nos pueda quedar todavía, es inevitable y, en última instancia, es justificado. Para retomar el concepto clave de nuestro análisis, para 'Juego de Tronos', toda violencia es natural, es parte de la naturaleza humana, no hay alternativa. Sería también la tesis de Carl Schmitt llevada al extremo. Este teórico nazi de la política, cuyo trabajo sigue siendo tan influyente hoy día, reivindicaba la necesidad de un enemigo contra el que luchar, dado que la burocratización y tecnologización de la política está a punto de liquidar al individuo humano en su condición de animal político: la violencia contra el enemigo es necesaria.

Al final, en estas películas o series, es la sofisticación del asesinato, su imprevisibilidad y su coherencia lógica en la narrativa, la que permite el continuo escalamiento de la violencia y su disfrute. Con lo cual, dichas series nos han llevado a un escenario donde la agresividad o la satisfacción externalizada de la pulsión de muerte que todos llevamos dentro –desde el niño o niña que disfruta rompiendo el nuevo juguete que le han traído los reyes magos hasta los aficionados al boxeo– ha sido llevada cada vez a niveles más extremos de tal manera que hemos terminado disfrutando de un terror global donde la bellum omnia contra omnes va más allá de cualquier posibilidad de sociedad o civilización.

Al final no hay posibilidad de democracia o sociedad igualitaria en 'Juego de Tronos' y, por tanto, tampoco en el mundo real

Es decir, este tipo de espectáculo donde la violencia escala constantemente, nos lleva a aceptar y a disfrutar, de forma al mismo tiempo traumática y forzada, del hecho que el gobierno aristocrático de las elites del 1% es natural y necesaria, incluso si llevan a la destrucción de la civilización (tan bien representado por el holocausto que comete Daenerys con su dragón en Desembarco del Rey). Al final no hay posibilidad de democracia o sociedad igualitaria en 'Juego de Tronos' y, por tanto, tampoco en el mundo real que, ahora ya sabemos, se rige por la violencia extrema pero natural de la condición humana: si no eres víctima eres victimario, si no eres ganador eres perdedor muerto (es en el fondo la misma ideología en la que se basan los reality shows que no son más que teatros de crueldad y humillación).

El verdadero final de 'Juego de Tronos' es el capítulo penúltimo de holocausto total y anti-civilizatorio de Daenerys, que, en el último capítulo, anuncia va a continuar extendiendo al resto de los siete reinos. Es cuando hay que matarla, y llegar a una conclusión que va a decepcionar a todos pero es ideológicamente impecable: el poder solo lo pueden detentar hombres castrados (Bran Stark, el rey inválido en ruedas y Tyrion Lannister, su consejero "enano") para que sean los tecnócratas divertidos pero mediocres de elite como Sir Davos (los consejeros de gobierno), los que verdaderamente ostenten el poder contra cualquier iniciativa democrática.

Es más, en la última escena del último episodio de la serie, el hombre que por derecho de familia debiera haber asumido la corona, Jon Nieve, desaparece en el norte, más allá de la muralla civilizacional, con los pocos hombres libres que han quedado, para así simbolizar que la libertad y la democracia son condiciones marginales que solo se pueden disfrutar fuera de una civilización neoliberal elitista que unos cuantos tecnócratas aburridos van a llevar adelante sin ningún peligro, ya que el rey y su consejero personal están castrados. En el fondo, los que iban a destruir los siete reinos eran los Caminantes Blancos, pero resulta que los que verdaderamente han destruido todo son la elite. La elite son los verdaderos Caminantes Blancos.

La simultaneidad global de 'Juego de Tronos' es la que ha convertido a dicho espectáculo en inescapable

Y ahora sí podemos responder a nuestra pregunta inicial y central. Es esta naturalización, este modo medieval de representar la globalización neoliberal y su aristocracia, en una versión de violencia extrema, la que nos lleva a disfrutar de un espectáculo que, ante todo, sabemos que el mayor grupo de espectadores de la historia de la humanidad también está viendo al mismo tiempo. Esta simultaneidad global es la que ha convertido a dicho espectáculo en inescapable. Así, desde esta inescapabilidad, la serie ha monopolizado la imaginación de una gran parte de los espectadores televisivos globales, y, en vez de darnos una distancia moral o política desde donde criticar al neoliberalismo aristocrático de sangre azul medieval y a su explotación violenta del resto del 99% de la humanidad, de nosotros, ha hecho todo lo contrario.

En vez de posibilitar una distancia crítica desde donde observar la precariedad a la que nos condena el 1% y, así, llevarnos a la movilización, 'Juego de Tronos' ha suspendido cualquier distancia –es por eso que películas críticas que creaban una distancia para hacer reflexionar al espectador, a lo neorrealismo italiano, ya no funcionan, nos parecen aburridas–. Por el contrario, este tipo de películas y en particular esta serie, ha destruido cualquier distancia entre el 1% de los protagonistas y el 99% de los espectadores a través de un progresismo neoliberal que parecía incluirnos a todos, pero que ahora sabemos que nos excluye con nuestro propio consentimiento, y cuya maniobra narrativa central ha sido la supuesta inclusión de las mujeres como personajes centrales de poder pero que al final hay que eliminar o marginar, a través de una prolongación épica de ocho años e incontables episodios que lo único que han conseguido es el empobrecimiento de nuestra variedad de narrativas alternativas y no tan masivas.

Por fin, 'Juego de Tronos, para rematar la jugada, ha recurrido al uso excesivo y anti-civilizatorio de una violencia extrema que nos ha permitido encauzar nuestra pulsión de muerte incluso más allá de cualquier limite social y político, y nos ha hecho posible "naturalizar" nuestra agresividad, hasta el punto que incluso Podemos pensó que "toda violencia era aceptable" ya que la alternativa era morir (me refiero al título del libro antes citado Ganar o morir). Es esta eliminación de distancias críticas la que nos ha permitido sentirnos incluidos en el proyecto político neoliberal del 1% y dar rienda suelta a toda nuestra agresividad interna de forma que aceptamos la naturalización de dicha violencia como política única y total. No hay nada más disfrutable y gozoso que darse a una agresión sin límites y sentir que dicha acción está justificada y, lo que es más placentero, es necesaria para convertirnos en parte de una aristocracia poderosa, para sentirnos parte de la misma.

¿Qué es hoy día más gozoso que convertirse en un pequeño o pequeña Trump, que como su base votante entiende muy bien y por eso le vota, se puede permitir el lujo violento de ser racista, misógino, homófobo, clasista, narcisista, estúpido y repugnante, no a pesar de que es billonario y presidente de Estados Unidos, sino precisamente porque es rico y detenta el poder? Esa es la maniobra genial, poderosa y tan placentera de Juego de Tronos: sé violento, sé agresivo y disfruta de tu violencia antidemocrática y anti-civilizatoria; conviértete en un pequeño Trump todas las semanas por una hora; es la mejor forma de hacerse parte de la elite neoliberal global ya que, en el fondo, no lo podemos evitar, es natural, es ganar o morir. ¡Bienvenidos a la nueva Edad Media neoliberal! ¡Sed violentos, disfrutad, sentíos parte de la aristocracia neoliberal; es natural!

Estamos en un momento en el que quienes no han visto la serie televisiva 'Juego de Tronos' (2012-2019) empiezan a poner comentarios en la red sobre la angustia y el aislamiento social que sienten, "¿Seré yo el único o la única que no haya visto la serie?" y en el que, por otra parte, los adictos y seguidores incondicionales de la serie han colgado quejas dolidas y furibundas en Facebook, Twitter, etc., sobre el penúltimo episodio, debido a la chocante y precipitada decisión de la reina Daenerys de pasar a la violencia indiscriminada contra miles de inocentes al punto que ya se han recogido 900.000 firmas para la petición de que se rehaga la octava y última temporada de la serie de manera más coherente y satisfactoria. Queda por saber cuál será la reacción al episodio final, que, si mis cálculos son correctos, va a ser una decepción total o, en el mejor de los casos, un consuelo con una alta dosis de autoengaño: los espectadores no querrán creer que ocho años de seguimiento terminan como han terminado, de un modo tan anodino y sentimental.

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